21 abr 2008

Quejas de un pasajero

Reflexiones después de un paro de transporte público

Marielos Márquez

El miércoles me tuve que levantar a las cinco de la mañana, pues salí más temprano de casa para ir a trabajar. Los señores transportistas decidieron que era necesario parar sus unidades. Bien, a caminar.

Un día antes, cuando mi jefe se enteró de la medida sugirió, a quienes conformamos su equipo de trabajo, "levantarse más temprano, porque no pueden, ni deben venir tarde mañana". Como ella tiene carro, vive bien.

Ayyyyyyy!, cómo quisiera tener el valor de decirle "no friegue, como no es usted la que va a caminar. Nosotros, los que no tenemos carro, somos los que nos va a tocar que ‘volar pata’ para llegar a este trabajo en el que nos pagan un sueldo de mala muerte". Lastimosamente de hacerlo me despedirían en el acto.

Otros a los que quisiera darles una lección es a los buseros y microbuseros. Si no fuera ilegal, con mis vecinos y otros compañeros de la caminata del miércoles deberíamos secuestrarnos unos diez buses, sí. Comprar unas cuatro cubetas de gasolina, o lo que fuera necesario, y meterle fuego a esas sus babosadas, que ya ni sirven.

Claro, pero esa alternativa no contribuiría en nada, sólo afectaría a los miles de ciudadanos, que a diario hacen uso de este servicio y que hoy pagan más por la arriesgar sus vidas a manos de cafres del volante, expertos en consumir drogas, competir entre sí con las vidas de los pasajeros a bordo, etc., etc., etc.

Noooo! Si ellos bien que quieren cobrar más pasaje, ¡bien que quieren!, pero vayan a ver si tratan de arreglar esas carcachas. Ni tontos que son. Uno es el tonto que se sube a esas marranadas cuando ya van llenas, como latas de sardinas.

Ahí vamos los pasajeros, que más que eso parecemos gajos de uvas colgando de las pequeñas ramitas, agarrados por pequeños hilitos, cuasi invisibles, para poder sujetarnos y así no caer al vacío.

Los pasajeros a diario viven aventuras a bordo de los diferentes buses, microbuses y coasters que prestan servicio en el país. Quienes viajan hacia el interior deben pasar pena y media para poder abordar un triste micro o bus. No es fácil.

Yo viajo hacia un pueblito de La Libertad. Es tranquilo, la delincuencia es un fenómeno que aún no ha llegado. Jajajajaja, porqué creen que no digo dónde vivo. Já, para que no se vayan a llegar por ahí a sobre poblar, con eso de que la gente hoy busca tranquilidad, no, no, no señor!!!, suficientes somos ya. Pero bien ese no es el punto.

El caso es que el transporte para mi pueblito no es el mejor del país, pero ahí vamos. Eso sí, todas las tardes, ya pasadas las 5:30 p.m., da inicio un fenómeno muy interesante, mujeres, jóvenes, hombres y cualquier otro individuo que quiera llegar a casa debe iniciar su ‘pelea por el espacio en el micro’.

Aunque no lo crean. Los microbuses que viajan hacia mi pueblo tienen capacidad para unas 30 personas, entre sentadas y paradas cómodamente. Sin embargo, cuando el reloj marca las cinco y media los cómodos micros, con capacidad para treinta, se convierten en unidades de transporte público con capacidad para llevar 20 personas sentadas y 30 paradas, imagínese mi amigo lector.

Aún así, con incomodidades de índole espacio, vamos todos concientes que debemos llegar a casa y no hay otra forma. Además, estamos contentos porque los microbuseros y buseros de mi pueblo, en su vida, se han unido a un paro de transporte. Si vieran, allá es otro país. Nunca, pero NUNCA se ha detenido el transporte debido a un paro, ¡no señor!

Pero como bien dicen que todos los nunca se llegan. Esta vez mis paisanos y yo nos llevamos una desagradable sorpresa. El día en que anunciaron los ingratos que iba a haber paro, quienes viajamos como uvitas en los micros que van para mi pueblo estábamos contentos, no porque al día siguiente iba a haber paro, sino porque nosotros podríamos viajar cómodamente hacia San Salvador, como nunca hacen paro los micros, ¡ay ingenuos todos nosotros!

En esta ocasión quienes siempre venimos, aunque sea como uvitas o sardinas, escoja usted querido lector, nos llevamos una desagradable sorpresa: los microbuseros se unieron al paro. ¡Qué les pasa!!!, ellos recién han aumentado el precio del pasaje, de pagar $ 0.40 pasamos a pagar $0.48 y ahora ¿cuánto van a querer cobrar?

En mi pueblo se cumple lo que dicen por ahí, la gente se rebusca y aprovecha las oportunidades. Regularmente hay cerca de 17 ó 20 microbuses trabajando. Esta vez, con el paro, trabajaron cerca de 15 pick up’s, más los dos autobuses que, raramente, no hicieron paro. Resultado: ellos, los que trabajaron, hicieron plata y nosotros los pasajeros llegamos, aunque sea al Estadio Cuscatlán y al Mercado Central, ida y vuelta. ¡Gracias a Dios! No caminamos mucho, únicamente en San Salvador, pero la verdad no fue mucho.

De lo anterior he sacado una conclusión. Si el señor Estado se pusiera a pensar, aunque sea una vez en su período, esos que trabajaron y que aprovecharon el paro para prestar el servicio de transporte público, que no daban quienes debían, podrían conformar una nueva flotilla de unidades del transporte público. Aquí en la capital también hubo salvadoreños que prestaron el servicio, microbuses escolares, de universidades privadas, personas particulares, en fin gente que sacó de aprietos a los de siempre: los pasajeros.

No necesariamente deberían aprobarlos con las unidades que tienen, pero bien se les puede facilitar algún tipo de crédito para que adquieran unidades en buen estado para que den el servicio, eso sí tendría que haber reglas claras y rígidas para evitar este tipo de situaciones en las que se aprovechan y de las cuales el único afectado es el pasajero que pelea día a día por llegar al trabajo y a casa.

Esta semana se supone que se sabrá cuánto más les vamos a pagar a los señores transportistas por viajar cada día como uvitas o sardinas, repito escoja usted lo que mejor se parezca a su situación, para trasladarnos de casa al trabajo y viceversa.

Bien luego de estas refrescantes palabras creo que me despido, pensando cómo hacer para secuestrarme un bus y prenderle fuego, que sientan cuánto cuesta, cuánto duele. ¡Mercachifles del transporte!

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