Jorge Carrasco Araizaga
Cuando los periodistas se convierten en noticia, las más de las veces es síntoma de lo mal en que se encuentra la libertad de expresión.
Los asesinatos, secuestros o amenazas de periodistas son los extremos de un mal que también se expresa en la censura abierta –mediante la prohibición expresa y forzada de ventilar algo– o sutil, cuando se presiona a través de la publicidad oficial.
Pero hay también otras heridas al periodismo, como la censura que disfraza la comunión de los intereses económicos y políticos.
Eso fue lo que ocurrió con la salida de la periodista Carmen Aristegui de W Radio, estación cuya propiedad comparten Televisa y el consorcio mediático español Prisa.
A pesar de tener los niveles más altos de audiencia en la edición matutina del noticiario Hoy por Hoy, la periodista debió salir de la estación por “incompatibilidad editorial” entre ella y los dueños de la estación.
En realidad, se trata de un eufemismo que oculta el ánimo censor no sólo de Televisa y Prisa, sino de la presidencia de la República y de grupos de poder, en especial la Iglesia católica.
Nada nuevo en el caso de Televisa. En el de Felipe Calderón, Aristegui no perdió oportunidad para recordar la manera en que llegó el actual ocupante de Los Pinos, ni dejó de abrirle el espacio a Andrés Manuel López Obrador.
No era nada gratificante para Calderón que, en un medio de tanta penetración como la radio, se recordara en forma reiterada la manera en que llegó a Los Pinos, con los abusos del anterior presidente y la prepotencia del Consejo Coordinador Empresarial, al margen, desde luego, de los propios errores y soberbia de López Obrador.
El “desencuentro periodístico” de Aristegui con W Radio significa que ni a Televisa ni a la Presidencia le gustaba la cobertura y política editorial que estaban a cargo de la periodista.
Es, en realidad, una muestra más de la intolerancia de la Presidencia hacia la crítica.
Apenas Calderón ocupó la presidencia de la República, salió del aire el noticiario Monitor del periodista José Gutiérrez Vivó, a quien el equipo de comunicación presidencial le pidió que “se portara bien” para recibir publicidad oficial y mantenerse así en el aire.
El noticiario se encontraba en penuria económica debido al pleito legal con el Grupo Radio Centro, al que el gobierno de Vicente Fox defendió por considerar que Gutiérrez Vivó “era perredista”.
Después de tres meses, Monitor regresó al aire, pero confinado a una modesta estación de AM.
Ahora, la salida de Aristegui –intempestiva, pero esperada– se explica por la convergencia del poder político y el económico.
También, por lo insostenible que era para Prisa mantener una línea editorial crítica hacia un gobierno que, como el de Fox, le ha facilitado –como a otras empresas españolas– millonarios negocios en México, varios de ellos incluso por encima de la ley.
Ha sido con los gobiernos del PAN con los que Prisa pudo por fin tener presencia en México, luego de dos fallidos intentos durante los años noventa, cuando primero compró el diario La Prensa, del DF, y luego instaló una oficina para publicar El País México.
El de Prisa es un caso que ya en España había dado muestras de la incompatibilidad entre los contenidos editoriales y los interese económicos de las empresas, entre ellas el diario El País; la cadena de radio SER –asociada con Televisa–; la editorial Alfaguara; el Canal Plus, así como de los derechos de transmisión de fútbol en España.
Para el caso de México, El País, Alfaguara y la cadena SER han demostrado con creces su entendimiento con el actual poder político en México.
Durante la contienda poselectoral presidencial de 2006, El País apostó por Calderón y no dudó en criticar en su editorial institucional la estrategia de protesta de López Obrador. Luego, ya instalado Calderón, le dedicó su editorial con el título “Calderón, en serio”.
Más todavía, hace un año, Alfaguara designó al cuñado de Calderón, Juan Ignacio Zavala, como número dos de Prisa en México.
La permanencia de Aristegui era una esquizofrenia o, por lo menos, una contradicción que Prisa no podía sostener.
Pero es también una muestra más del periodismo herido, como el periodista y profesor español José Manuel de Pablos Coello tituló un libro publicado en 2001, en el que relata cómo El País se convirtió de defensor de la democracia a promotor no sólo de la monarquía juancarlista, sino de los intereses económicos de España en el exterior.
jcarrasco@proceso.com.mx
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