Por: Iván Escobar
Los salvadoreños comenzamos muy mal el mes de julio, en particular dos zonas vulnerables del país, y para ser exactos las comunidades donde residen familias de escasos recursos.
Estas condiciones de pobreza, sólo confirman los obstáculos que atraviesan estas familias diariamente para sobrevivir, lastimosamente como en otras tragedias se convierten en blanco fácil de las mismas y en el peor de los casos: en LAS VÍCTIMAS.
Me refiero a las comunidades de la zona sur de la capital y al cantón Melara, ubicado en La Libertad, para el caso, las familias que viven en las riveras de los ríos Acelhuate y Arenal de Monserrat, hoy la tragedia fue en las cercanías de la colonia Málaga.
De todos es conocido los hechos que se suscitaron por las lluvias que cayeron desde el lunes pasado en este país. Lluvias que no fueron detectadas por el Servicio Nacional de Estudios Territoriales, hasta que el bus de la iglesia Elim, con más de 30 personas, fue arrastrado por las aguas de la quebrada el Arenal Monserrat, la noche del jueves 3 de julio. Aunado a lo anterior la estela de destrucción de humildes viviendas en el cantón Melara, producto del desbordamiento del río Huiza.
La vida de humildes personas trabajadoras, jóvenes y niños, unidos en la fe, fue arrebatada de imprevisto esa noche trágica, cuando las aguas embravecidas de los ríos, aparentemente pasivos, arrasaron con todo lo que encontraban a su paso, hasta con la vida de inocentes.
El fantasma de la muerte circuló por estas zonas, en medio de la lluvia, los truenos y rayos de aquella noche, la cual nadie creía que iba a dejar tanto dolor en muchas familias salvadoreñas.
En La Málaga, la vida fue arrebatada a 31 personas, que esa noche se transportaban en un autobús proveniente del oriente de la capital. Los análisis y comentarios no se han hecho esperar, desde culpar al motorista, cuestionar la fe las personas que murieron, que formanban parte de una de las iglesias evangélicas más importantes de este país, hasta las innumerables críticas contra las autoridades gubernamentales responsables de las obras de mitigación en la zona sur de la capital. Obras que muchos consideran que han sido un factor clave en ésta nueva tragedia.
En La Libertad el escenario fue distinto, nunca se previó la tragedia y mucho menos la existencia de obras de mitigación. El Río Huiza se llevó de encuentro las humildes viviendas del Cantón Melara y la vida de cuatro personas, además dejó damnificadas a más de mil personas en esta zona.
Lo que si está claro es que con la naturaleza no se debe se jugar. Algo que los salvadoreños y en particular aquellos que promueven el urbanismo y la destrucción de los bosques de este país han ignorado en los últimos díez años.
Preguntémonos si los grandes proyectos urbanísticos de la zona norte de la capital, y que ya han destruido gran parte de la Finca El Espino o la Cordillera del Bálsamo, no serán los efectos negativos que ahora se expresan en pequeñas lluvias, las cuales provocan grandes inundaciones en los barrios bajos de la capital, llevándose de encuentro la vida de personas inocentes.
Sino se protege el medio ambiente, no se protege al hombre, ha dicho la iglesia evangélica ELIM, a la cual pertenecían las víctimas de La Malaga. Ya es tiempo de vivir un desarrollo sostenible, no pensar sólo en lo material y económico.
Pensemos en las personas, pero no como ahora lo estamos haciendo, después de una tragedia. No hagamos lo que ya hicimos en 2001, cuando los terremotos la Cordillera El Bálsamo nos pidió no destruirla más; así como no descuidar la vida de cientos de familias que habitan en las llamadas zonas vulnerables del país, que año con año son las víctimas.
Con la deforestación de la finca El Espino y la Cordillera El Bálsamo, así como de otros importantes focos de infiltración del agua lluvia. "Son las raíces de los árboles las encargadas de absorber el agua en las pocas áreas boscosas que aún quedan en el país", ha explicado un experto en la materia.
El STAN, la erupción del volcán Ilamatepec (en el 2005), y otros fenómenos que han pasado por el país y que han afectado a cientos de familias, no han sido suficientes para aprender la lección.
Lastimosamente las autoridades en éstas emergencias y la última en particular, no lograron detectar los fenómenos, tal y como sucedió en 2005 el famoso Huracán Adrián, que movilizó autoridades gubernamentales, municipales y cuerpos de socorro al máximo, ante un fenómeno que nuca llegó.
Es de destacar que en esa ocasión el ejercicio contribuyó a que los salvadoreños respondieran ante los llamados de alerta, pero puso en duda una convocatoria que sólo contribuyó a elevar al máximo los niveles de miedo y la esquizofrenia entre la población.
Esta nueva tragedia nos ha dejado una nueva lección, ojala la tomemos en cuenta y sobretodo exijamos a las autoridades de gobierno cumplir con su papel de proteger a la población. De lo contrario, el día que quedemos atrapados en un bus, en un vehículo particular en medio de una inundación o no se que otra situación de riesgo, no queda más que rezar, ya que ha quedado comprobado que los cuerpos de socorro no están preparados para salvar vidas y actuar en sitauciones de riesgo máximo.
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